lunes, febrero 27, 2006

Afinando

Alguien le había contado que en Hungría hubo durante muchos años un número de teléfono adonde se podía llamar para oír el Do, el sonido A. Cuando lo habías perdido, cuando necesitabas la referencia para afinar la voz o un instrumento llamabas y ahí estaba el sonido A. Quizás pudiera llamar a Hungría, averiguar ese número y llamar luego ahí, porque él lo había perdido, había perdido la referencia y si no tenía ninguna persona a quien llamar tal vez pudiera sólo quedarse escuchando el Do que otros antes que él habían necesitado. Y Hull volvía a colgar y luego levantaba el auricular, el zumbido continuo era lo más parecido a lo que estaba buscando. Pensó que en Hungría ya ese servicio habría dejado de existir. Lo habrían privatizado primero y, después, lo habrían eliminado.
Existe un libro genial que se llama El lado frío de la almohada de una escritora genial que se llama Belén Gopegui. Yo me había leído el libro, que aún debo devolver a Gonzalo, pero fue I. quien me descubrió este párrafo. Desde entonces, en días como éste, en los que el cansancio y el desconcierto abruman un poco, en los que cuesta un poco hacer las cosas sin querer, pienso que me hace falta que alguien me dé el do.

lunes, febrero 20, 2006

La ficción más hermosa


Se despejó la incógnita del destino, y fui feliz. Hemos recorrido pueblos bendecidos por la Naturaleza, que el ser humano se ha empeñado en afear. Hay demasiado hotel, demasiado pub de ocasión, demasiado anuncio de próxima construcción, demasiado apartamento a pie de playa. Y, sin embargo, junto a esa urbanización por centímetro cuadrado, el mar sigue siendo mar, el verde es verde, la lluvia continúa teniendo las manos pequeñas, la cerveza es cerveza. Quiero decir que aunque una no pueda evitar cierta distancia, lo artificial no anula la belleza. No puede con ella. Y se me ocurre que esos artificios son sólo interferencias como las que tengo yo al expresarme, del cerebro a los dedos, de los dedos al teclado. Esos filtros tan asentados que no puedo eludir, todas esas solemnidades del lenguaje que no consigo desactivar. Pero aunque éste no sea el verbo correcto, y este adjetivo esté demasiado gastado, aunque me falten toneladas de claridad, lo que digo no es sólo impostura. Es cierto: el arte es una mentira para comprender la verdad. ¿O era el amor, que es la ficción más hermosa? Nada supera en lucidez a quien ama sin esperanzas, en un paisaje extrañamente triste.

viernes, febrero 17, 2006

Desaparecer

Dentro de una hora me recoge un coche y emprendo un pequeño viaje, cuyo destino desconozco. Es una sorpresa de C, así que nada asegura que no me pase el fin de semana viendo deporte base. Sea cual sea el programa, la escapada llega en un gran momento, porque esta semana ha sido un poco desastrosa. Sospecho que el castigo procede de invocar a Bolkestein el día de San Valentín. Al día siguiente recibí una llamada que aún no he asimilado, que no sé como afrontar y, ayer, en un acto de torpeza imperdonable (de hecho, no he sido perdonada ;) escogí ir a una sala de torturas conocida popularmente como gimnasio en lugar de comer, por primera vez, con la persona con la que más me apetece estar en el mundo. Todo esto me ha hecho comprender que se avecinan tiempos problemáticos para los prioridades y muchos malentendidos aunque, también, unos cuantos besos robados. Así que no se me ocurre nada mejor que desaparecer y recurrir a la única receta que me suele dar resultado: reírme de mi misma, sin compasión. Disfruten.

martes, febrero 14, 2006

My generation

A mi generación, en general, le dan pereza los mitines y las manifestaciones, es demasiado mayor para creerse que ningún discurso contenga todas las verdades, y mira con recelo a unos políticos y con más recelo a los otros. A mi generación le incomoda si le visten con proclamas, no tiene claras tantas cosas, le caen mal los bancos y guarda una distancia escéptica con casi todo. Su credo son sus amigos y su problema, el alquiler del mes. Yo, al menos, soy todo eso. Precisamente, porque la mayor parte del tiempo habito en un mundo paralelo, no me entero de que existen cosas como la directiva Bolkestein, una idea de un comisario europeo, que ni siquiera sigue en su cargo, que promete hacernos las cosas más difíciles. Se pueden amargar un rato (amargar, porque hasta los Verdes apuestan sólo por hacer mejorable la directiva) aquí.
Disculpen, ya sé que tocaba discurso romántico, pero hoy es esto lo que ha zarandeado mi corazón.

sábado, febrero 11, 2006

Tan reales como uno

Creo en la religión de las casualidades, de las pistas que se cuelan en los buzones y en las parabrisas. Ayer viajaba en un autobús en uno de esos días que sabes, admites, aceptas que la realidad y la ficción van a ignorar su frontera. Pensaba en un post que ha escrito Carol Blenk esta semana, en que me gusta ser una sola y en que me asusta, también, porque no sé proteger esa sensación, esa certeza agradable, sin estar siempre un poco lejos de todo y de todos. Entonces he abierto un libro que me acabo de comprar y en la página 55 he leído lo que yo llamo una buena pista.

Podía escribir la historia tres veces seguidas, desde tres puntos de vista; lo que la emocionaba era la perspectiva de libertad, de verse exonerada de la lucha engorrosa entre el bien y el mal, los héroes y los villanos. Ninguna de las tres versiones era mala ni tampoco especialmente buena. No necesitaba enjuiciar. No tenía que haber una moraleja. Sólo había que mostrar mentes separadas, tan vivas como las suya, luchando contra la idea de que otras mentes estaban igualmente vivas. No era sólo la maldad y las intrigas las que hacían infeliz a la gente, sino la confusión y la incomprensión; ante todo, era la incapacidad de comprender la sencilla verdad de que las demás personas son tan reales como uno. Y sólo en un relato se podía penetrar en esas mentes distintas y mostrar que valían lo mismo. Era la única enseñanza que debía haber en una historia.

(Expiación, Ian McEwan)

viernes, febrero 03, 2006

Un poeta con las costillas rotas

Alguien (¿Tristan Tzara?) dijo que el arte es un poeta con las costillas rotas. Esta imagen encierra muchas de las cosas que pienso sobre el arte: fragilidad, distancia, belleza, incomprensión. A menudo olvido que los artistas son también personas y que, tal vez, no pueda exigir, esperar, confiar en que cada obra contenga una trascendencia infinita. Mi despiste nace de eso, de no saber que se puede esperar. De no saber como borrarme las inercias de la mirada, para ver las cosas con ojos nuevos. No sólo me pasa en las exposiciones.