viernes, junio 07, 2013

Cartografía del hallazgo y de la pérdida

A veces, muchas, una se enreda en motines que no existen, ve molinos de aspas asesinas cuando se trata de gigantes afables, decide salpimentar heridas que estaban casi cerradas, se obliga a perder al solitario. Cuando una se empeña en esas batallas etéreas para desgastarse, por inercia burguesa o afición a la aflicción, la vida tiende a irritarse y acaba por plantarte un molino de verdad, hunde una navaja hasta reventar la cicatriz  o te recuerda de una forma inédita y cruel que hay materias (primas) con las que no se juega. Te dice: ¿Te preguntabas qué era la tristeza? ¿Hacías expediciones por puro aburrimiento a sabiendas de que volverías sana y salva? Entonces, de un zarpazo, con una facilidad que te quiebra, en una conversación de madrugada, en una sola frase, se asegura de que sepas que ESTO sí es la tristeza. Y te devuelve al punto de partida del tablero, pero con una mochila con la que no eres capaz de atravesar ni la mitad de los desiertos por los que trotaste -ahora te parece que casi alegremente- hace diez años.

Como mi vida se empeña en ser, siempre, por una suerte que no merezco, menos dramática que yo, este párrafo que escribí en enero ahora es solo un eco que alguien ha ahogado con una almohada. No es porque no haya ocurrido nada estos meses, este año largo que he dejado naufragar aitormena. He perdido buena parte de las cosas que me sustentaban pero, inesperadamente, he conquistado otras que anhelaba y que, de una forma un poco inexplicable, me han colocado más cerca de la sala de espera de la felicidad. He vuelto a ensimismarme, a buscar refugio en frases improductivas y a añorar este mapa inexacto y desorientado, mi espejo deformante preferido, un laberinto que me devuelve siempre al punto de partida. Pero, tal vez, se trata precisamente de eso, de disfrutar de la suerte extenuante de empezar una y otra vez.