Orfandad (El guardián)
Holden (el auténtico) decía que cuando un libro le gustaba de verdad ansiaba que el autor fuera amigo suyo para poder llamarle por teléfono cuando quisiera. No creo que Salinger estuviera dispuesto a charlar distendidamente con sus lectores; por algún motivo, los autores más sensibles no suelen corresponderse con las personas más afectuosas. Personalmente, lo único que me importa del carácter huraño de Salinger es que concibiera el libro que con más precisión y delicadeza ha detectado las contradicciones de la adolescencia, esa tensión insoportable entre los tics infantiles y los deseos adultos. Hoy, para completar sus elipsis vitales, los obituarios casarán anécdotas oscuras y años de reclusión voluntaria, pero este misántropo no necesitó contactos ni presentaciones para esbozar el oficio más hermoso: el guardián rodeado de espigas doradas, tenso siempre en el precipicio para que ningún niño caiga en él.