viernes, enero 19, 2007

Babel


Del mismo modo que hay dos formas distintas de viajar hay, fundamentalmente, dos formas distintas de leer. Podemos viajar por puro placer, desde el grato paseo al atardecer hasta dar la vuelta al mundo por el gusto de darla. Pero también podemos viajar porque necesitemos hacerlo, desde salir a tomar un refresco hasta pasar seis meses fuera de casa haciendo gestiones diversas mundo adelante. Ambas formas de viajar tienen elementos comunes pero son muy distintas. La segunda no excluye el placer ni la primera la utilidad, pero ni nadie las confunde, ni es necesario enfrentarlas de modo maniqueo. Con la lectura pasa algo semejante. Cabe la lectura por puro placer y cabe la lectura por necesidad, porque necesitamos saber algo. La lectura privada y por placer es, históricamente, un producto tardío. Sabemos que la forma ordinaria de lectura fue la lectio, la lectura en voz alta de un texto dirigida a un público interesado y atento y que la lectura privada, eso que hoy consideramos como leer por antonomasia, era una rareza antes de la época moderna. De hecho, podemos ver cómo la locura del Quijote nace de una lectura que Cervantes considera excesiva, del abuso de un placer todavía raro, la lectura privada como munición de la fantasía.

En septiembre, vi Babel, esa peli imprescindible que no deberíais perderos. Puede que la próxima ocasión en que la vea su hechizo haya perdido fuerza, pero no olvidaré que la primera vez que desfiló ante mis ojos esa munición de fantasía que también posee el cine me agitó por dentro. Es una película que describe los demonios de la incomunicación y a mi me hizo hacer algo, salí del teatro, escuché a su director y escribí un mensaje, lancé una botella que tuvo respuesta, y en ese momento fue esencial. Conjuré esos demonios.
Este año tan extraño que acaba de terminar ha estado falto de señales, hasta el punto de que, por primera vez, me he preguntado si todo era verdad o todo era mentira. El efecto Babel no llegó tan lejos como me hubiera gustado. Pero este año tan extraño que acaba de empezar ya contiene una catarsis. Escuché cosas que no debí haber escuchado, que me han apagado un poco. Pero de ese dolor hemos sabido construir un viaje. Los viajes tienen la virtud de protegerme de las agresiones del mundo conocido, aunque es cierto que, al regresar, te dejan un poco desamparado. He respirado mejor estos días y he albergado certezas, que ojalá no se me deslicen entre los dedos. Hoy toca apretar los puños y recordar que estoy descubriendo algo, que no importa tanto que sea bueno o malo, sino descubrirlo y actuar en consecuencia. Recordar que la vida me ha rescatado siempre, en la esquina más inesperada y que, pese a todo, creo que a ratos me ves, y eso, por ahora, me basta.