El lado frío de la almohada
El viernes fui a ver una película de apariencia inofensiva, y me sorprendió por su amargura. A cambio, proporcionaba una frase certera: La felicidad se mide no por lo que te quieren, sino por tu capacidad de amar. Detecto fatal lo inofensivo; quiero decir, no lo detecto. Mientras afino mi sentido de la percepción, veo a ratos robados una serie que se emitió en la tele hace unos ocho años, Raquel busca su sitio (qué curioso, la película de apariencia engañosa se titulaba La boda de Rachel). Une dos de mis frustraciones íntimas: ser trabajadora social y, por supuesto, encontrar mi sitio. Voy por el capítulo 21 y tengo muy claro que Raquel lo encontrará antes que yo. Probablemente sea otro problema de percepción: una se imagina su sitio como un lugar mullido y fresco, como el lado frío de la almohada, y no acaba de admitir que su sitio es algo mucho más étereo, un sentimiento de pertenencia, con la conciencia por suelo, en el que las paredes son los sueños que no se abandonan y que, a ser posible, no tiene techo (salvo, quizá, un lejano paraguas de estrellas).