miércoles, marzo 19, 2008

Sin título

Veamos. Qué puedo decir. Sólo soy la chica que vio demasiados capítulos de Dawson crece. La chica solitaria y ensimismada que cree que sólo le pasan a ella las cosas que le ocurren a todo el mundo. La que aún no sabe acentuar los pronombres interrogantes. La que odia abusar de la conjugación en primera persona, pero ha edificado casi cuatro años de blog en su maraña de sentimientos corrientes.
A veces soy tan críptica que ni yo sé descifrarme. Sólo sé que tengo una serenidad que nunca había conocido. Me asusta que esto tenga algo que ver con crecer, madurar o esos sinónimos fastidiosos de acomodarse, pero es agradable saber que, por fin, una está por encima de algunos sentimientos poco decorosos.
Calculo que aprendo unos diez años más tarde de lo recomendable. Intuyo que me quedaré a medio camino de mis sueños. Y supongo que nunca llegará el momento en el que tenga que pronunciar el emocionante discurso que he reelaborado tantas noches mientras me lavaba los dientes. Sin embargo, a pesar de mi permanente retraso respecto al mundo, esta noche me sumerjo a solas en la programación de la Fox, mordisqueo chocolate negro con naranja, y soy -nada razonablemente- feliz.


viernes, marzo 14, 2008

Se apaga...

Se apaga...

Anoche Iván Ferreiro actuaba en Donosti. Comprobé el vínculo sorprendente entre el ex Pirata y mi círculo de conocidos; nunca había coincidido en una sala de conciertos con tantos, incluido el primer chico por el que hice tonterías en mi vida (a los siete años: sólo soy precoz en asuntos inútiles). Y busqué, con más insistencia que de costumbre, algún verso-almohada, sobre el que dormir-soñar después. La cuestión es que ahora, ahora que todas las voces hablan a destiempo, funcionan los pequeños efectos, las cervezas del Bukowski, las palabras que encajan, la película de los viernes, los apellidos exactos, incluso los errores de casting. He descubierto que cuando empiezas a reconciliarte con tus equivocaciones, se apagan las odiosas fluorescentes y vuelven a impresionarte los cielos radiantes, aunque llueva.
(verso-almohada: sivasdetrásdemidisfrazteencontrarásati...)

domingo, marzo 09, 2008

Hijos

En más de una ocasión he declarado mi amor por Enric González, por sus historias de Londres y, sobre todo, por sus crónicas del calcio. Todos tenemos una tecla oscura que, cuando suena, nos agita por dentro; él es extremadamente hábil para tocar la mía. Hoy no hablaba del secreto hermoso de algún futbolista, ni de una exquisita tienda inglesa, sino del hecho que ha nublado las últimas horas, una capa espesa de tristeza que no se va. No se va.

El monólogo es un género delicado, de gran fragilidad. No debe confundirse con el soliloquio, que consiente cualquier rudeza o extravío porque no se dirige, en teoría, a nadie: la persona habla para sí misma, extraviada en los meandros de su pensamiento. Con el monólogo, en cambio, se apela a un oyente silencioso. Se le invoca, se le explica, se le exige, sin contar con la guía de sus respuestas. El monologuista debe, en cierta forma, introducirse en la mente de quien escucha.
En su forma más elemental, el monólogo puede asumir la forma de una arenga. Un ejemplo, Napoleón en Egipto, antes de la batalla contra los mamelucos: "Soldados, desde estas pirámides 40 siglos os contemplan". Puede ser también discurso político, con el ánimo de convencer o manipular a las masas. Es célebre el que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en Julio César: "Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo".
A veces es a un tiempo arenga, discurso político y lección moral, y alcanza su calidad más elevada. En ese caso, cada palabra cuenta. Basta un error, un término falso, un sonido impostado, y el edificio verbal se viene abajo. Hace falta un perfecto equilibrio.
No es frecuente contemplar en televisión un monólogo de calidad. Cuando ocurre, el resto de la emisión se desdibuja: ruidos grabados, imágenes electrónicas, simple rutina industrial. Ayer se produjo uno de esos raros momentos.
El monólogo de Sandra, hija mayor de Isaías Carrasco, asesinado por ETA, fue una muestra de claridad, concisión, rigor y altura moral. Agradecimiento, recuerdo y mensaje, sin una letra superflua.
Personalmente, admiro las piezas oratorias breves y tersas, de alcance universal. El monólogo de Sandra tenía el respiro enjuto del verso octosílabo y desembocaba, como exige el canon, en una frase esencial, un pie quebrado solemne: "Son unos hijos de puta". Impecable.