domingo, marzo 09, 2008

Hijos

En más de una ocasión he declarado mi amor por Enric González, por sus historias de Londres y, sobre todo, por sus crónicas del calcio. Todos tenemos una tecla oscura que, cuando suena, nos agita por dentro; él es extremadamente hábil para tocar la mía. Hoy no hablaba del secreto hermoso de algún futbolista, ni de una exquisita tienda inglesa, sino del hecho que ha nublado las últimas horas, una capa espesa de tristeza que no se va. No se va.

El monólogo es un género delicado, de gran fragilidad. No debe confundirse con el soliloquio, que consiente cualquier rudeza o extravío porque no se dirige, en teoría, a nadie: la persona habla para sí misma, extraviada en los meandros de su pensamiento. Con el monólogo, en cambio, se apela a un oyente silencioso. Se le invoca, se le explica, se le exige, sin contar con la guía de sus respuestas. El monologuista debe, en cierta forma, introducirse en la mente de quien escucha.
En su forma más elemental, el monólogo puede asumir la forma de una arenga. Un ejemplo, Napoleón en Egipto, antes de la batalla contra los mamelucos: "Soldados, desde estas pirámides 40 siglos os contemplan". Puede ser también discurso político, con el ánimo de convencer o manipular a las masas. Es célebre el que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en Julio César: "Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo".
A veces es a un tiempo arenga, discurso político y lección moral, y alcanza su calidad más elevada. En ese caso, cada palabra cuenta. Basta un error, un término falso, un sonido impostado, y el edificio verbal se viene abajo. Hace falta un perfecto equilibrio.
No es frecuente contemplar en televisión un monólogo de calidad. Cuando ocurre, el resto de la emisión se desdibuja: ruidos grabados, imágenes electrónicas, simple rutina industrial. Ayer se produjo uno de esos raros momentos.
El monólogo de Sandra, hija mayor de Isaías Carrasco, asesinado por ETA, fue una muestra de claridad, concisión, rigor y altura moral. Agradecimiento, recuerdo y mensaje, sin una letra superflua.
Personalmente, admiro las piezas oratorias breves y tersas, de alcance universal. El monólogo de Sandra tenía el respiro enjuto del verso octosílabo y desembocaba, como exige el canon, en una frase esencial, un pie quebrado solemne: "Son unos hijos de puta". Impecable.

6 Comments:

Blogger El Humilde Fotero del Pánico said...

Sé que mi ancestral aversión al presunto deporte rey me impide disfrutar más a menudo de la magnífica prosa de Enric González pero, afortunadamente, visita de modo esporádico otras secciones del periódico.
En fin.
Coincido plenamente con lo que dice Enric en su texto. Y añadiré algo más: el emocionante monólogo de esa joven valiente choca frontalmente con el soliloquio ("Reflexión en voz alta y a solas", según la RAE)de una banda de asesinos cobardes, anacrónicos y malnacidos.
A mí, como a cualquier persona decente, también me oprime desde el viernes "esa espesa capa de tristeza que no se va".
Besos y mucho ánimo.

2:46 a. m.  
Blogger ybris said...

Hay monólogos infinitamente mejores que el mejor de los diálogos.
Y es que el diálogo lo dibuja en silencio en el que lo escucha.

Besos.

4:20 a. m.  
Blogger Javier said...

ojalá las palabras tan precisas pudieran placar el infinito cansancio emocional. bss, C.

8:01 p. m.  
Blogger Recopilador de Historias said...

Qué te voy a decir...

Un beso

9:25 p. m.  
Blogger Edu Solano Lumbreras said...

:'(

No es impecable. Es efectista. Lleno de contradiccciones. Escrito desde la herida. Lleno de fisuras morales. Efímero. Inoportuno por lo oportunista. Humano. Muy humano. Demasiado humano. Podría haberlo dicho yo mismo en la misma tesitura.

8:54 a. m.  
Blogger René said...

las verdades son lo que tienen.
Y sólo las dicen los verdaderamente valientes.

5:09 p. m.  

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