Txoria
El jueves, a media tarde, en un autobús que regresaba de Alejandría a El Cairo, una mujer de timbre precioso entonó una vieja canción vasca, de las que obligan a emocionarse, aunque uno quiera guarecerse con todos los cinismos del mundo. Hoy por la mañana, en un bar, su cantante, la voz que convirtió la canción en un himno íntimo, estaba en la barra, con una copa de vino blanco, apenas sostenida por una mano temblorosa. Ahora le rescato en youtube, y me aferro, con más intensidad que nunca, a la belleza, tan efímera, de las cosas.