miércoles, febrero 08, 2012

Arrugas

Hoy he visitado a mi abuela. Tiene una herida en una pierna y no hemos podido salir a la calle a dar nuestro paseo semanal. Le han cambiado su silla de ruedas por un trono de cuero rosa para que mantenga la pierna en alto. Entre eso y que yo rebajo sustancialmente la media de edad de los escasos visitantes, no pasamos desapercibidas en la residencia. El hecho de que mi abuela cante a pleno pulmón la misma estrofa de A rianxeira una y otra vez también contribuye a nuestra popularidad.

Como nos teníamos que quedar dentro, nos hemos colocado en un lugar estratégico para ver pasar gente, que es una de sus actividades predilectas. Se ha acercado una señora con un muñeco nenuco, al que besaba insistentemente. Se ha parado a nuestra altura y nos ha espetado: "A este no me lo van a quitar". Me ha dado mucha pena, pero mi abuela nos ha sacado enseguida del ensimismamiento, aconsejándole a la mujer que abrigara al nenuco, porque llevaba puesto solo un pijama. Se lo decía en serio, claro.

Poco antes de marcharnos, un señor ha pasado delante de nosotras en taca-taca, muy lentamente. Mi abuela, desde su trono rosa, pierna en alto, ha aprovechado para preguntarle: "¿Qué? ¿Me llevas?".

Es un consuelo pequeño, pero me basta: me gusta pensar que el Alzheimer, corrosivo con todo, no puede con el sentido del humor, ácido en su justa medida, impreso en nuestro ADN, intactos sus mecanismos frente al olvido.