jueves, mayo 05, 2005

El cuento del funcionario

Hoy me han contado la historia de un hombre que murió hace un par de meses. Era el responsable de los proyectos más importantes de este pequeño país, de esos gestores que sobreviven a los cambios políticos, porque son tan valiosos que todo el mundo se da cuenta de que no debe prescindir de ellos. Este hombre tenía su despacho junto al del responsable de las obras públicas del gobierno (todavía lo es) y cuando le desagradaba una obra, creía que iba en contra del interés general o era un despilfarro, escribía un cuento a su jefe. Sí, un cuento. Lo dejaba sobre la mesa del político y se marchaba a su casa a esperar la llamada. La persona que me lo contaba, un íntimo amigo suyo, me lo explicaba agarrándose la cabeza con los brazos. Y yo me lo imaginaba también así, acurrucado, aguardando junto al teléfono. Nunca salió en la tele, ni en ninguna foto de los periódicos. Por eso me apetecía contar su historia, un retrato opuesto al estereotipo del funcionario, aquí.
PD: Por eso, y por no enredarme con mis propias historias. Mi mejor amigo en el nuevo trabajo, además de D, tiene que dar respuesta mañana a una oferta para marcharse a la tele. Va a decir que sí, porque en este sitio son idiotas y no le retienen. Es lo mejor para él, pero creo que me moriré de tristeza y de aburrimiento (necesitaba dramatizar un poco). Hay más. ¿La famosa conversación? Pues mañana afronto una nueva reedición: tengo que elegir entre pensar en él (y dejar de verle, y evitarle sufrimientos futuros) o pensar en mí (y seguir viéndole, y disfrutar de su compañía a mi manera, sin compromisos). Y hay más, porque todo cambia alrededor y estoy asustada, pero vale de narración egocéntrica y autocompasión por hoy.
Necesito un cuento.

8 Comments:

Blogger Munchausen said...

Un cuentito por nueve. Sonríe, por favor.

7:29 p. m.  
Blogger Abby said...

Erase una vez una chica que leyó por primera vez "el guardián entre el centeno" y se maravilló como sólo una persona joven de corazón se puede maravillar del existencialismo adolescente que desprendía aquel libro. Un día decidió contar ella sus historias, sin contarlo todo pero contando mucho, y bajo el nombre del adolescente del gorro rojo escribió un diario que gracias a un invento tecnológico revolucionario lo podía leer todo el mundo.
Un día la chica escribió, sin contarlo todo pero contando mucho, sobre una conversación misteriosa en la que algo acababa y algo empezaba. Y una lectora suya se descubrió esa noche al acostarse pensando en ella, y en cómo le habría ido aquella conversación, y se preguntó qué habría acabado y qué habría empezado. Y deseó que empezara lo que realmente fuera mejor para la chica que escribía con el nombre del adolescente del gorro rojo. Aunque en aquel momento no lo pareciera.
Eso es lo que pensó la lectora de alguien a la quien nunca había visto en persona.

7:49 p. m.  
Blogger Abby said...

y además de este cuento tan malo, digo: si eres capaz de tomar una decisión pásame la fórmula, anda.
Un beso fuerte, plagiando descaradamente a misscronic, de esos que dan positivo en el control de anti-dopping.

7:55 p. m.  
Blogger Carol Blenk said...

Como no soy demasiado buena en esto de escribir cuentos te he encontrado algo que tal vez te guste, un relato de desiertos y pozos...

Y piensa en ti porque, al final, eso es lo que queda. Suerte y besos mil

9:32 p. m.  
Blogger Holden said...

Ahora yo soy la que os debo un cuento, aunque sea brevísimo. Es el cuento de una chica que teclea en el ordenador sus sentimientos y sus pensamientos desordenados, su caótica visión de su caótico mundo, sin saber por qué, con dudas razonables sobre su capacidad de exhibicionismo narcisista... Es la historia de una chica que ha llegado esta tarde un poco derrotada y que cuando cerca de las once de la noche, antes de volver a casa, ha encontrado vuestros cuentos, los propios y los ajenos, vuestros consejos llenos de cariño, se ha sonreído. Me habéis dibujado una sonrisa tras otra, y hoy estaban caras, os lo aseguro.
El sábado sabré el final del cuento.
Hoy tengo algo más poderoso como rúbrica: gracias.

9:48 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

pues yo, Holden, hoy estoy perezoso mentalmente (ya ves que tampoco ando muy productivo en mi propia bitácora), así que siento no dejarte cuento, y, egoísta como soy, esperar a que nos cuentes, si quieres, el final del tuyo, que sabrás hoy...
sólo decir que no me has parecido ni egocéntrica ni autocompasiva, quizá porque te comparo con el que suscribe, y a su lado eres un ángel.
Los cambios marean, dan vértigo. Pero suceden, son inevitables. A veces vemos, al cabo del tiempo, que incluso fueron buenos aun cuando nos parecían malos.
(Yo también estoy en medio del vértigo, así que no sé pa qué te hablo) :-p
Animo, y mimitos y esas cosas que ayudan a serenar el alma

8:49 p. m.  
Blogger ORACLE said...

entiendo que ese hombre era realmente especial el dedicar tanto derroche intelectual a un colectivo tan poco agradecido.

10:49 a. m.  
Blogger lulamae said...

Tiró los vestidos con fuerza pero sin rabia hacia la maleta abierta y pensó que tal vez el ruido de las perchas al caer podría haberle despertado. Pero no le miró. No se giró para comprobar si todavía dormía, -ya era demasiado tarde como para preocuparse por esas cosas. Cogió unos cuantos pares de zapatos, sólo los que más le gustaban y los metió en los pocos huecos que quedaban en esa pequeña maleta comprobando con desidia el poco espacio que ocupa toda una vida. Después de mirar el reloj se tranquilizó porque todavía le quedaban un par de horas para coger el avión y decidió recuperar el neceser de la maleta y colorear aquella cara de ojeras azuladas. Con no demasiado cuidado se sentó en una esquina de la cama frente a un espejo de medio cuerpo poco desgastado por la falta de uso. Abrió la cremallera y sacó el maquillaje en pasta que se aplicó esparciéndolo con cuidado por toda la cara; ahora ya parecía un poco más persona.
Después se estiró las pestañas y se dio un poco de rimel; y para terminar se pintó la raya de los ojos y se pasó casi sin apretar la barra de labios color rojo que extendió bien en unos labios que le parecieron ajenos y extraños en una cara que tampoco le era demasiado familiar.
Se desvistió y se puso bastante perfume del que él le había regalado pensando que no se lo iba a llevar puesto que quería conservar el mínimo de recuerdos posible.
Después, lentamente se vistió un vestido de verano sin ponerse sujetador, lo hizo como un gesto de rebeldía, -estaba claro que ahora podía hacerlo; ya no tenía que temer nada, y durante unos momentos imaginó ser una hippie con gafitas de sol de cristales azules redondos fumando marihuana en un parque una tarde soleada. Toda esta ensoñación le hizo gracia y se rió. Tuvo un momento de felicidad que se desvaneció cuando se dio cuenta del mucho tiempo que hacía que no se reía. Nunca hubo risas en aquella casa.
Cerró la maleta y se fue con ella hasta la puerta. Se detuvo un momento y pensó si debía girarse y acercarse hasta la cama a darle un último beso. Dudó, pero finalmente no encontró ninguna razón para hacerlo. Abrió con cuidado la puerta y salió con sigilo.

11:33 a. m.  

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