jueves, octubre 29, 2009

Funambulista (Lo raro es vivir)

Esta noche tengo ganas de escribir, algo minúsculo, pero la vida golpea la puerta y me espera un vegetariano, y vino, y amigos. He pensado que esta es la primera pausa que tengo en el trabajo en meses, los primeros cinco minutos de verdad, y que me gustaría preservarlos de todo el ruido del mundo. Me asusta no vivir...
Y ahí me quedé hace seis días, en los que he tenido más ratos de ensoñación, pero nunca había un ordenador cerca. ¿Qué más me asusta? No tener ningún asidero teórico de esos que te fijan en algún sitio: ni hipoteca, ni familia, ni ganas de perseverar en mi trabajo. Siempre he querido las cosas más pequeñas, como este texto, y ahora me doy cuenta de que son las más difíciles. Este mes he sido, más que nunca, una funambulista, y no me he caído, pero no me engaño aunque suavice mi desequilibrio a ratos: sé vivir en las alturas, pero sólo si tengo una nube debajo. ¿Qué me consuela? Que la detective me descubra lo que busco: un interlocutor. Hoy (29 de octubre, bueno, medianoche del 30; el 29 es, al parecer, la jornada de las grandes transformaciones, pero yo siempre llego tarde) soy consciente de que en los últimos años me he dedicado a perfilar mi discurso, limando las imprecisiones, los falsos orgullos y las corazas. Eso que algunos llaman autenticidad y que yo veo como una desvergonzada y enmarañada bola que se desliza sin control hasta que explota aquí o en alguna terraza cuando el vino o la melancolía aprietan. No sé si sirve de algo llamar a las cosas por su nombre correcto, confesar lo que duele aunque prefiramos ignorarlo, esforzarse por tender esa pasarela imposible entre los pensamientos líquidos y volátiles de uno y las armazones mentales de otro. No sé si sirve para algo porque quizá no sirva para nada, pero me vale para seguir escribiendo y, visto lo visto, no es poco.