domingo, diciembre 14, 2008

El lado frío de la almohada

El viernes fui a ver una película de apariencia inofensiva, y me sorprendió por su amargura. A cambio, proporcionaba una frase certera: La felicidad se mide no por lo que te quieren, sino por tu capacidad de amar. Detecto fatal lo inofensivo; quiero decir, no lo detecto. Mientras afino mi sentido de la percepción, veo a ratos robados una serie que se emitió en la tele hace unos ocho años, Raquel busca su sitio (qué curioso, la película de apariencia engañosa se titulaba La boda de Rachel). Une dos de mis frustraciones íntimas: ser trabajadora social y, por supuesto, encontrar mi sitio. Voy por el capítulo 21 y tengo muy claro que Raquel lo encontrará antes que yo. Probablemente sea otro problema de percepción: una se imagina su sitio como un lugar mullido y fresco, como el lado frío de la almohada, y no acaba de admitir que su sitio es algo mucho más étereo, un sentimiento de pertenencia, con la conciencia por suelo, en el que las paredes son los sueños que no se abandonan y que, a ser posible, no tiene techo (salvo, quizá, un lejano paraguas de estrellas).

martes, diciembre 02, 2008

Las manos heladas del amanecer

Yo necesitaba una frase de la que tirar, como un hilo, frágil y fuerte al mismo tiempo. Una frase como: Era el hombre más especial del país más especial del mundo. Pero Brasil está muy lejos, hace tres meses que no viajo y se ha muerto el hombre que compuso la canción que me trajo a casa desde Alejandría. La gente pedimos una cosa pero necesitamos otra. De hecho, lo que pedimos es una pista sólo para descartar que necesitemos eso. De hecho, pienso, nos pasamos el día -la vida- enviándonos mensajes equivocados, cifrados y extraños e, incomprensiblemente, acabamos entendiéndonos de vez en cuando. Por eso, vivir, entender es un milagro, una fabulosa conjunción planetaria, y ser consciente de eso, de que estamos vivos, de este momento mágico -de que en breve van a llegar más momentos mágicos, como ser acariciada por las manos heladas del amanecer o hacer cosas por primera vez- provoca, como dice I., que nos muramos menos.