viernes, agosto 22, 2008

1.461 días, infinitas noches

Hoy hace cuatro años que abrí este blog. Vivía en otra ciudad, escribía casi a diario, estaba llena de sueños imposibles y amaba la ausencia de alguien. Luego vino otra ciudad, otros deseos y otras ausencias, que en realidad eran las mismas. Hoy vivo en mi ciudad, la que siempre he pensado que no será mi ciudad, escribo poco, estoy llena de sueños imposibles y sigo amando algo intangible. Debería haber evolucionado a una poesía más oscura, pero los versos de Benedetti siguen estando escritos para mí (por favor, no te salves). Me sobra intensidad pero ya no sé vivir de otra manera o, quizá sea más preciso, nunca he querido aprender. Lo mejor de mí son los demás: me siento en paz cuando siento que quiero a alguien con lealtad, cuando soy infatigable en el afecto. No he dejado de apuntarme frases que iluminen mi caos (La última: "Hacer justicia es imposible, porque la justicia no existe. Pero en cambio la injusticia, sí. La injusticia es fácil combatirla porque salta a la vista, y entonces todo se vuelve muy claro"). Cuanto más críptica soy, ya lo sabéis, más me desnudo. Si quisiera que aitormena fuera algo sería un homenaje a mis amigos, a los que dudan, a los que me entienden, a los que no comprenden nada en absoluto, a los que nunca han olvidado que les quiero. A los que no conozco en esa vida supuestamente real, y me descifran entre pistas cibernéticas. A los que me perdonan el desvarío egocéntrico de este blog, que últimamente sólo gira en torno a lo que agita mi corazón, aunque a su alrededor se desaten catástrofes insoportables. Cambiaré. Escribiré. Y mantendré a salvo todos mis sueños imposibles. Al menos, durante cuatro años más.

sábado, agosto 02, 2008

Una pena en observación

Me han regalado una bolsa de plástico llena de pétalos, brillantina dorada y ¿maíces? de plástico. Se le presupone el poder de cumplir un deseo, y aún no lo he pedido, no sé si porque necesito demasiados o porque no necesito ninguno. Todos los títulos de canciones me parecen señales. Estoy tristemente alegre, o alegremente triste, aún no lo he decidido. Debo ser la reina de ese rey, que no tenía ni trono, ni compañía y, si quiere equipararse a mí completamente, ni dinero ni sitio donde caerse vivo. Experimento golpes de inspiración y patadas de torpeza. Tengo una llamada pendiente, pero la mano tiembla en cuanto se aproxima al móvil. De entre todas las cosas que echo en falta, la más urgente es otra banda sonora. Me he comprado una edición de Guerra y paz en la que hay demasiado francés. Siempre me fascinaron las notas a pie de página: ahora empiezan a agotarme. Quizá es porque me sé una nota a pie de página de demasiados libros, algunos no especialmente brillantes.
No sé si tengo mucha suerte, o no tengo ninguna, y me doy cuenta de que, una vez más, vuelvo al punto de partida, que es, exactamente, a lo que me he dedicado los últimos 15 años. Algún día descubriré que no puedo volver, y será un alivio, o una desgracia. Un observador, alguien que contemplara mi pena en formol, podría concluir que no he encontrado lo que buscaba. Un buen observador diría que nunca he buscado nada, algo que, por otro lado, ni prohíbe ni garantiza descubrir una pista, atinar o acertar levemente. Pero hace sol, restan apenas 30 horas de encierro laboral, existen los aviones, el mar, el humor absurdo y los vestidos nuevos, y sea lo que sea que esté haciendo con mi particular cuenta atrás, pienso disfrutarla o, al menos, como sugeriría Topper, morir en el intento.