viernes, diciembre 29, 2006

Comunicando

¿Qué filosofía de vida aplica usted a sus relaciones humanas? ¿Las deja mientras todavía son buenas? ¿Las abandona antes de que empiecen a ser previsibles , o peor aún, significativas? ¿Cree que es una filosofía de vida propia de cobardes o de supervivientes?

Estaba claro: necesitaba dos cabezas. Una tendría que ser la que sabe los nombres y los números de teléfono de la gente, y qué cereal prefiero para desayunar, etcétera; y la otra la que sería capaz de observar e interpretar el comportamiento de la primera, a la manera de un experto en fauna y flora de la televisión. Pedirle a la cabeza que tengo ahora que explique su propio pensamiento sería como marcar tu número de teléfono desde tu propio teléfono: o estaría comunicando u oirías el contestador automático.
(En picado. Nick Hornby)

jueves, diciembre 28, 2006

Como precintar un malentendido

A diferencia de las novelas de Daisy, en la vida son raros los momentos en los que se saldan cuentas; a menudo no se disipan los malentendidos. Tampoco persisten como algo que es apremiante resolver. Simplemente se mustian. La gente no guarda un recuerdo claro o se muere o mueren las preguntas y otras nuevas ocupan su lugar.
(Sábado, Ian McEwan)

Me han pedido que vuelva, pero que lo haga contando algo divertido, algo más amable que las tragedias que suelo desgranar por aquí. Pero sólo puedo satisfacer la primera de las peticiones. Primero porque, como ya habréis adivinado, contar cosas graciosas no es precisamente mi especialidad. Cuando digo algo ligeramente humorístico, apelo al fácilon y (sin embargo) prestigioso sarcasmo. Segundo, porque, y es verdad también, no hay nada de mi vida que me divierta ahora.
Mi vida está plagada de malas metáforas. Por ejemplo, del balcón de mi casa se han derrumbado varios ladrillos, los han reparado y los ladrillos nuevos no encajan con los viejos. Y hoy he viajado con el cristal delantero de mi coche empañado. Podía mirar a los lados y hacia atrás sin demasiados problemas, pero no había manera de mirar hacia adelante.
Mi vida, por llamarla de alguna manera, es una mezcla de esas dos cosas, un coctel compuesto por una mala metáfora y un malentendido. Aún no tengo muy claro qué parte de mis patéticas experiencias alcanza cada una pero sé que tengo que hacer un esfuerzo por deshacerlas, y que no es el típico deseo de año nuevo, como apuntarme a un gimnasio del que sólo conoceré la recepción.
Necesito saber qué estoy haciendo para extraviarme de esta manera. El balance de este año es catastrófico, porque he ganado un montón de cosas, que no he merecido, y que voy a perder. Algo que, os aseguro, es mucho peor que no tener nada que perder.
No cuido a mis viejos amigos, y los nuevos que tengo se lo han ganado a pulso, prácticamente me he dejado querer. Mi familia ha soportado, quizá más que nadie, mis dudas, mis renuncias y mis cambios de humor. La ilusión por mi trabajo, nuevo también, se ha disipado en meses. Y esa persona esencial a la que querido llamar tú no me entiende, en el sentido más amplio del término. No me entiende y mi esfuerzo por conseguirlo es lo que me ha anulado para todo lo demás, es en lo que he invertido toda mi energía. No sé si alguna vez he intentado tanto algo. Y no sé si alguna vez he hecho algo tan mal.
Lo que no sé, lo que no he sabido nunca, es si tengo que abandonar esta lucha, que a ratos parece invisible e imposible, o si debo perseverar. No estoy pidiendo consejo; de hecho, no estoy haciendo nada, como últimamente. Sólo estoy volviendo.

domingo, diciembre 03, 2006

Retrato infeliz de la chica que sonríe en la fotografía

Una quiere pensar que no es grave, que pasa por una fase trágica, que su mirada está empañada y empeñada en ver las cosas tristes y lejanas. Pero pasa el tiempo (casi dos meses) y una no puede mirarse en el espejo (en este espejo) y creerse eso. Se observa derrotada y culpable por su melancolía, por su falta de voluntad, por sentirse culpable y también por hablar de sí misma en tercera persona, porque sabe que no existe distancia más artificiosa.
Mis problemas son los problemas de todo el mundo, lo sé, pero a mí (es una impresión superficial pero constante en el tiempo) me abruman un poquito más que al mundo: el miedo al desamor, la sombra alargada del trabajo, la falta de sentido y de sentidos. Tengo intolerancia a cualquier forma de rutina; empiezo a pensar que no sé vivir, y que sólo me gusta probar las cosas, saborearlas un poco, pero que soy incapaz de digerirlas.
He cerrado una puerta enorme, pero no me atrevo a abrir las demás. Estoy rasgando alguna, pero apenas nota mi caricia.
Sé que le estoy faltando a mucha gente, y no a cualquier gente, a personas esenciales que se merecerían que descolgara el teléfono y les contara algo divertido, o que reconvirtiera este post en un mail irónico. Pero en este tiempo he aprendido una cosa: una vez que has empezado a fallar al mundo, ya no te detienes.
Voy a rescatar una sola cosa de mí, para aferrarme a algo mañana: siento todas las cosas, nunca viviré algo en lo que no crea, puede que construya una vida desgraciada, pero siempre será una vida, no un simulacro de los que venden por ahí. Sufro con la misma intensidad con la que río, sólo que últimamente hay más de lo primero que de lo segundo. Me quiero a días, a ratos, y sospecho que si contara todo lo que pienso y todo lo que siento, me querrían más. Este es mi retrato infeliz.