Clausura
Mañana cierran un cine en la ciudad en la que vivo. No es que tuviese un toque entrañable (su apuesta por las superproducciones comerciales era más que vehemente), ni que fuera histórico (no ha llegado a cumplir una década), ni pertenecía a una callejuela encantadora (se ubicaba en un centro comercial que, además, está en las afueras), ni su dueño era un afable viejecito (sino la exhibidora más poderosa del mercado español). Pero una tenía sus vínculos sentimentales. Ahí me empaché con S. viendo Chocolat (soy tan previsible que compré conguitos y todos los derivados del cacao que pude encontrar) y ahí me pareció un invento increíble que se pudieran levantar los reposabrazos. Ahora me río de esa ingenuidad, pero de alguna forma envidio cómo me emocionaba con esas cosas, y también esa época en la que las películas me herían, me agarraban por dentro, me daban la vuelta, casi me cambiaban en un par de horas. Hace un montón que no lloro con una peli. ¿Esto también es hacerse mayor?